Quien pudiese culparlos de
cometer algún delito o atreverse al pecado, si son solo niños, su inocencia los
define. Ríen sin medir el tono de sus risas y colorean una y mil veces cada uno
de los matices de la alegría. Separados de la realidad y tan abrazados a ella
que parecen formar parte. No hay silencios que hieran, no hay palabras que
odien. Todo parece nacido del propio suspiro de la belleza en si, todo parece
calcado tal cual lo dicta el corazón. Sentimiento y emoción volcados a un solo
propósito, llenando de dicha al ser, dándole luz, paz. La locura se torna tan consciente tan dicha que comporte opinión con la razón. Los grises, las dudas,
los miedos, lo malo de ser se hace a un lado y se deja convencer por tan
inmensa denotación de cambio, por tanta felicidad bruta. Las leyes de gravedad
son desafiadas, quizá hasta puede volar sin alas, puede atravesar el tiempo y
el espacio y enfrentarse a ambos con la férrea convicción de seducirlos a no
alterar la magia que se gesta entre ellos dos, solo para ellos dos. Se funden
por completo dando vida a una sola existencia, con un solo propósito. No les
importa lo que dirá, no les interesa siquiera lo que pase de ahora en más. Si
el destino existe y así se manifiesta, o si la suerte es tal vez culpable. Si es
parte de un cuento de hadas, una fabula o una historia mágica. Nada importa
porque ellos ahora sienten juntos. Y si hasta el amor ya dio su visto bueno y
no les saca los ojos de vista. Ahí van entonces, indulgentes, incoherentes,
desquiciados tal vez. Locos, equivocados, perdidos. Pero seguros, y sobre
todo…sobre todo felices. Ahí van entonces, el ser humano y su sueño, amando tan
fuerte como lo dicta su propio sentimiento. Y quien pudiese culparlos de
cometer algún delito o atreverse al pecado, si son solo niños, su inocencia los
define…
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