Digo adiós mi amor, digo adiós. Adiós
al poeta que se sumerge en la locura de adentrarse en el alma hasta
desgarrarla, con la simple intención de volver palabra un sentimiento, una
emoción. Adiós digo, a la sensación de rozar la sutil divinidad que se esconde tras
del cielo, con la punta de los dedos, sin más que una caricia, un abrazo o un
beso. Hasta nunca le digo al misterio, a esa creencia inexplicable que se
explica una y otra vez a través de un sentimiento y nada más, pues no sabe de
razones, de tiempos, de circunstancias. No conoce errores ni perdones, no sabe
más que sentir. Adiós al suspiro eterno que se confunde con el aire y se
traslada y se expande sin límites por la inmensidad de toda la existencia y
proclama su libertad, su pasión. Al respirar inalterable de un ser sumergido en
la comprensión absoluta del significado de la felicidad, la alegría. Digo adiós
mi amor, digo adiós, al constante baño de luz que impide concertar una cita con
la obscuridad absorbente, y nos eleva atravesando la humanidad y todo lo que
ella conlleva, dejando atrás realidad, ficción, mentira, verdad. Volviendo toda
existencia nula, creando un universo de magia imposible de quebrar, de alterar.
Volviendo invencible lo que siempre se dio por derrotado, haciendo creyente de
su fe hasta el más férreo ateo en este mundo. Digo adiós mi amor, simplemente
adiós, a la dulce condena que ata sin cuerdas y entrega por completo un ser a
otro, a la necesidad instintiva de un lazo irrompible de afecto, de cariño. Adiós
a la inocencia y bienvenida realidad, bienvenida sea la razón consciente Y digo
adiós mi amor, digo adiós, simplemente al amor que quedaba en mí.
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