jueves, 8 de noviembre de 2012

Despedida 2


Digo adiós mi amor, digo adiós. Adiós al poeta que se sumerge en la locura de adentrarse en el alma hasta desgarrarla, con la simple intención de volver palabra un sentimiento, una emoción. Adiós digo, a la sensación de rozar la sutil divinidad que se esconde tras del cielo, con la punta de los dedos, sin más que una caricia, un abrazo o un beso. Hasta nunca le digo al misterio, a esa creencia inexplicable que se explica una y otra vez a través de un sentimiento y nada más, pues no sabe de razones, de tiempos, de circunstancias. No conoce errores ni perdones, no sabe más que sentir. Adiós al suspiro eterno que se confunde con el aire y se traslada y se expande sin límites por la inmensidad de toda la existencia y proclama su libertad, su pasión. Al respirar inalterable de un ser sumergido en la comprensión absoluta del significado de la felicidad, la alegría. Digo adiós mi amor, digo adiós, al constante baño de luz que impide concertar una cita con la obscuridad absorbente, y nos eleva atravesando la humanidad y todo lo que ella conlleva, dejando atrás realidad, ficción, mentira, verdad. Volviendo toda existencia nula, creando un universo de magia imposible de quebrar, de alterar. Volviendo invencible lo que siempre se dio por derrotado, haciendo creyente de su fe hasta el más férreo ateo en este mundo. Digo adiós mi amor, simplemente adiós, a la dulce condena que ata sin cuerdas y entrega por completo un ser a otro, a la necesidad instintiva de un lazo irrompible de afecto, de cariño. Adiós a la inocencia y bienvenida realidad, bienvenida sea la razón consciente  Y digo adiós mi amor, digo adiós, simplemente al amor que quedaba en mí.       

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