No me gusta cazar mujeres. Las
considero una creación que esta mas allá de la comprensión humana. Debe haber
existido una deidad, una fuerza profunda que intervino en su existencia. No, no
me gusta cazar mujeres pero, la sed no distingue entre sexos, entre colores o
religiones. La sed solo ansia saciarse. Y a veces, de vez en cuando me
encuentro cara a cara con estas hermosas criaturas. Me gusta su aroma, el perfume que confunden
con el aire. Algunos dulces, otros más fuertes. Es como si fueran una especie más
de la rosa o de los lirios. Algunos se apoderan tan profundo de mi olfato que
me transportan a pequeños trozos de recuerdos, trozos donde a veces sonrío y
otras tantas lloro. Es como un segundo mágico. Adoro el tacto de su piel, la sutil
sensación de deslizar la yema de mis dedos y absorber cada gota de esa
suavidad, de esa calma. La caricia se alivia, se sumerge en un calor y una comprensión
impensada. Debo insistir en este punto, son parte de una deidad o una creación de
esta. Me gusta ver su miedo. Respirarlo y volverlo suspiros. Suspiros que
habitan el cuarto aun cuando las dejo solas. En este tiempo, ellas, ellas puede
ser los corderos más frágiles, los mares de llanto y desesperación que se
vuelven la más sumisa aceptación. O pueden ser la más feroz de las batallas.
Fuertes, seguras, decididas. Aunque siempre hay lágrimas, siempre hay gritos.
Las melodías del temor. Amo las muecas que cada emoción les dibuja cuando están
en aquel cuarto. El numero 9. Presas de mi voluntad, de mi sed. Las caras
tristes, las caras furiosas. Las desesperadas. Amo cada centímetro de esas
sensaciones. Quizá porque las abandone un tiempo atrás, muy atrás. Pero la expresión
que más se apodera de mi ser, la mueca más perfecta es su sonrisa. Oh,
majestuoso gesto que abriga el frío de mi alma, que da calor y latido a mi
obscuro corazón. Puedo sentir la tibieza de mi sangre, su fluir mas continuo,
mas aprisa. Puedo saborear la paz, la tranquilidad. Me ahogo en silencio y
preciso en mi mente cada fragmento de su poesía. La reescribo, la dibujo sobre
los astros a través de la ventana y me siento; me siento que vuelo. Que supero
los cielos, que alcanzo el espacio. Hasta pierdo partes de mi dolor. Se asemeja
a la luna en cuarto creciente, una curva de brillo singular que atraviesa todos
los sentidos y deja su huella en lo mas profundo de uno. Es la esencia de la
belleza. Pero esto no es un sueño, es mi más siniestra pesadilla. Me gusta la precisión
con que la obscuridad se alía con el miedo para destrozar toda su esperanza, en
esa habitación del infierno. Usualmente son 9 los días que toma romper el
encanto. Para ese entonces la divinidad se quiebra y se vuelven presas. El
cordero deja ver su cuello y el cuchillo lo cercena. La sed se calma, los
recuerdos se apagan. Solo queda la paz en esa habitación obscura. Pero, ¿Cuánto
durara esta vez?, me pregunto. Tal vez otros 9 días, tal vez otras 9 horas. La
sed no distingue entre días u horas. La sed solo ansia saciarse…
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