viernes, 17 de octubre de 2014

La presa indeseada…

No me gusta cazar mujeres. Las considero una creación que esta mas allá de la comprensión humana. Debe haber existido una deidad, una fuerza profunda que intervino en su existencia. No, no me gusta cazar mujeres pero, la sed no distingue entre sexos, entre colores o religiones. La sed solo ansia saciarse. Y a veces, de vez en cuando me encuentro cara a cara con estas hermosas criaturas.  Me gusta su aroma, el perfume que confunden con el aire. Algunos dulces, otros más fuertes. Es como si fueran una especie más de la rosa o de los lirios. Algunos se apoderan tan profundo de mi olfato que me transportan a pequeños trozos de recuerdos, trozos donde a veces sonrío y otras tantas lloro. Es como un segundo mágico. Adoro el tacto de su piel, la sutil sensación de deslizar la yema de mis dedos y absorber cada gota de esa suavidad, de esa calma. La caricia se alivia, se sumerge en un calor y una comprensión impensada. Debo insistir en este punto, son parte de una deidad o una creación de esta. Me gusta ver su miedo. Respirarlo y volverlo suspiros. Suspiros que habitan el cuarto aun cuando las dejo solas. En este tiempo, ellas, ellas puede ser los corderos más frágiles, los mares de llanto y desesperación que se vuelven la más sumisa aceptación. O pueden ser la más feroz de las batallas. Fuertes, seguras, decididas. Aunque siempre hay lágrimas, siempre hay gritos. Las melodías del temor. Amo las muecas que cada emoción les dibuja cuando están en aquel cuarto. El numero 9. Presas de mi voluntad, de mi sed. Las caras tristes, las caras furiosas. Las desesperadas. Amo cada centímetro de esas sensaciones. Quizá porque las abandone un tiempo atrás, muy atrás. Pero la expresión que más se apodera de mi ser, la mueca más perfecta es su sonrisa. Oh, majestuoso gesto que abriga el frío de mi alma, que da calor y latido a mi obscuro corazón. Puedo sentir la tibieza de mi sangre, su fluir mas continuo, mas aprisa. Puedo saborear la paz, la tranquilidad. Me ahogo en silencio y preciso en mi mente cada fragmento de su poesía. La reescribo, la dibujo sobre los astros a través de la ventana y me siento; me siento que vuelo. Que supero los cielos, que alcanzo el espacio. Hasta pierdo partes de mi dolor. Se asemeja a la luna en cuarto creciente, una curva de brillo singular que atraviesa todos los sentidos y deja su huella en lo mas profundo de uno. Es la esencia de la belleza. Pero esto no es un sueño, es mi más siniestra pesadilla. Me gusta la precisión con que la obscuridad se alía con el miedo para destrozar toda su esperanza, en esa habitación del infierno. Usualmente son 9 los días que toma romper el encanto. Para ese entonces la divinidad se quiebra y se vuelven presas. El cordero deja ver su cuello y el cuchillo lo cercena. La sed se calma, los recuerdos se apagan. Solo queda la paz en esa habitación obscura. Pero, ¿Cuánto durara esta vez?, me pregunto. Tal vez otros 9 días, tal vez otras 9 horas. La sed no distingue entre días u horas. La sed solo ansia saciarse…    

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