miércoles, 15 de octubre de 2014

Sed de corderos

Podrán decir que fue el amor quien nos encontró pero, se equivocan. Somos las alas rotas, las almas heridas. Nacidos en lo más hermoso de la obscuridad, criados por el sufrimiento. Amamantados por el dolor. Podrán decir que fue el amor, pero nosotros sabemos la verdad, el culpable de nuestro encuentro fue el odio.
Me encontraba perdido caminando en la furia de la sed que al paso de cada segundo agudizaba sus ansias. Caminando en la obscuridad, sin rumbo. Siempre igual, siempre lo mismo. Las memorias, ellas no quieren parar. Como ecos interminables, como dagas mortales. Giro a la izquierda por el callejón, a paso firme, un poco más apresurado en cada pisada. Perdido en la sed, siempre igual, siempre lo mismo. Quiero gritar pero mi voz esta silenciada. Quiero llorar pero no queda una sola lágrima. Y todos los porque, los quien, los cuando, los pasado o presente me sacuden sin piedad, y yo solo quiero descansar. Sentirme libre, ignorar las compulsiones de mi mente. Ver la luz rompiendo la obscuridad. Pero las memorias, ellas me quieren ahogar y la caza es lo único que las calla. Giro a la derecha, directo por la avenida. Repletas de luces, de gente, siempre trato de evitarla pero algo me dice que hoy puede ser diferente. Sigo en línea recta, pronto estoy sumergido en un mar de personas y ninguna sabe que son todas presas. Pequeños corderos preparados para el sacrificio. Camino mientras el tiempo se va perdiendo, nadie parece ser ideal. Y los recuerdos empiezan a agitarse, mi cuerpo comienza a ceder a los impulsos de la locura, de la ira. Respiro profundo y giro a la izquierda por el callejón, ralentizando el paso en cada pisada. La sed esta llamando a mi propio infierno, mis demonios quieren salir a jugar. Y justo cuando la noche parece perderse, detrás del contenedor puedo ver a mi presa. Como un presente divino, yace en el suelo dormida. Esta acostada en el piso, dormida como un retoño en el vientre materno. Parece estar en calma a pesar de su intemperie. De rodillas puedo apreciar que su cabello ostenta un rubio furioso, mezclado ahora con la tierra y la suciedad del callejón. Guardo silencio un momento, y dirijo mi mano hacia su mejilla ejerciendo una suave caricia. Su piel es como el roce del aire, como el cuerpo de la rosa. Ella apenas se mueve mientras la comisura de sus labios se eleva imitando una sonrisa y parece de a poco despertar. Finalmente abre sus ojos. Por un segundo creí que mi alma era atrapada por dos zafiros, tan profundamente verdes, tan hermosos como el asilo de la noche, como el brillo de los astros. Una mirada que congela, tan solo por aquel segundo, cada hueso de mi cuerpo, toda la esencia que me rodea. Ella sonríe, ese momento, pero pronto se da cuenta y el terror habita sus ojos. Cubro su boca buscando callarla y la dejo fuera de sentido. La noche comienza a acabarse y yo encontré mi pequeño cordero…

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