Podrán decir que fue el amor quien nos
encontró pero, se equivocan. Somos las alas rotas, las almas heridas.
Nacidos en lo más hermoso de la obscuridad, criados por el sufrimiento.
Amamantados por el dolor. Podrán decir que fue el amor, pero nosotros
sabemos la verdad, el culpable de nuestro encuentro fue el odio.
Me
encontraba perdido caminando en la furia de la sed que al paso de cada
segundo agudizaba sus ansias. Caminando en la obscuridad, sin rumbo.
Siempre igual, siempre lo mismo. Las
memorias, ellas no quieren parar. Como ecos interminables, como dagas
mortales. Giro a la izquierda por el callejón, a paso firme, un poco más
apresurado en cada pisada. Perdido en la sed, siempre igual, siempre lo
mismo. Quiero gritar pero mi voz esta silenciada. Quiero llorar pero no
queda una sola lágrima. Y todos los porque, los quien, los cuando, los
pasado o presente me sacuden sin piedad, y yo solo quiero descansar.
Sentirme libre, ignorar las compulsiones de mi mente. Ver la luz
rompiendo la obscuridad. Pero las memorias, ellas me quieren ahogar y la
caza es lo único que las calla. Giro a la derecha, directo por la
avenida. Repletas de luces, de gente, siempre trato de evitarla pero
algo me dice que hoy puede ser diferente. Sigo en línea recta, pronto
estoy sumergido en un mar de personas y ninguna sabe que son todas
presas. Pequeños corderos preparados para el sacrificio. Camino mientras
el tiempo se va perdiendo, nadie parece ser ideal. Y los recuerdos
empiezan a agitarse, mi cuerpo comienza a ceder a los impulsos de la
locura, de la ira. Respiro profundo y giro a la izquierda por el
callejón, ralentizando el paso en cada pisada. La sed esta llamando a mi
propio infierno, mis demonios quieren salir a jugar. Y justo cuando la
noche parece perderse, detrás del contenedor puedo ver a mi presa. Como
un presente divino, yace en el suelo dormida. Esta acostada en el piso,
dormida como un retoño en el vientre materno. Parece estar en calma a
pesar de su intemperie. De rodillas puedo apreciar que su cabello
ostenta un rubio furioso, mezclado ahora con la tierra y la suciedad del
callejón. Guardo silencio un momento, y dirijo mi mano hacia su mejilla
ejerciendo una suave caricia. Su piel es como el roce del aire, como
el cuerpo de la rosa. Ella apenas se mueve mientras la comisura de sus
labios se eleva imitando una sonrisa y parece de a poco despertar.
Finalmente abre sus ojos. Por un segundo creí que mi alma era atrapada
por dos zafiros, tan profundamente verdes, tan hermosos como el asilo de
la noche, como el brillo de los astros. Una mirada que congela, tan
solo por aquel segundo, cada hueso de mi cuerpo, toda la esencia que me
rodea. Ella sonríe, ese momento, pero pronto se da cuenta y el terror
habita sus ojos. Cubro su boca buscando callarla y la dejo fuera de
sentido. La noche comienza a acabarse y yo encontré mi pequeño cordero…
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